El precio de la Iluminación


En estos tiempos donde todo parece encontrar su medida en las reglas y lenguaje del mercado, y todo parece tener un equivalente en moneda, la espiritualidad aparentemente no escapa a estas reglas. Y es que nuestra mentalidad posmoderna del siglo XXI asume con naturalidad que esto sea así; si todo tiene un valor en billete dentro de nuestra sociedad occidental capitalista, por qué no debería tenerlo también la espiritualidad y sus prácticas? Qué podría salvarla de convertirse en mercancía, si vivimos en una sociedad mercantilista?

El abogado del diablo, con el que tuve una charla días atrás, cree que este asunto está mal encarado por una serie de errores. Él dice: "Pero la espiritualidad que uds. practican, ¿no plantea que la verdadera transformación de la conciencia, la iluminación, si quieren llamarlo así, no puede dártela nadie? Que es algo de tu ser y que es una experiencia instransferible?"

El abogado se entusiasma y espero que se le perdone su tono irónico, continúa:
-Importan las técnicas? Importa el Zen? Importan los cursos espirituales? Importa el chamán que te cobra para asociarte al club de los hermanos galácticos? Importa hacer el curso super-maestros-recapo-capo-recontra reiki sushi? Es por ahí? Buda, Cristo, Krishna hicieron esos cursos?
El abogado no tiene noticia de que los hayan hecho. Esto no implica que no tuvieron que pagar un "precio", sin duda lo hicieron; pues bien, el abogado del diablo sostiene que como estamos en una sociedad mercantilista, ahora todo tiene su equivalencia en valor monetario; esto no significa negar la sociedad en la que se vive, significa diferenciar; como dijo el Cristo cuando en la puerta del templo encontró una feria:
-¿Qué ven aquí?
La gente respondió: "una moneda con la imagen del César, el emperador."
Y Cristo repuso:" Entonces, al César, lo que es del César, a Dios lo que es de Dios".
"Y sí, los grandes iluminados seguramente pagaron un precio, pero no en moneda, lo habrán pagado tal vez yendo al desierto (Jesús) o sentándose a la sombra de una higuera como Buda, como tuvo que ser en su tiempo."
El abogado del diablo siente desconfianza ante el hecho de que el curso de "Peperímo Pómoro"(1) a cambio de unos pesos te habilite un poco más de luz (porque siempre es un poco, nunca la iluminación, eso sería ¡CARÍSIMO! además, ¿y si no funciona? No faltaría alguien que llame a defensa del consumidor!).
Ahora una pequeña paradojita: el discurso que habla de los nuevos tiempos dice que estamos en una época dónde el conocimiento se hace accesible para todos; "Buenísimo!!!!" dice el abogado, pero después el muy turrito agrega: "Che, loco pero a mí me están cobrando para todo!! Si no fuera por internet, tendría acceso a muy poco; de hecho lo que hay en internet es una pequeña parte, para los cursos siempre hay que pagar; además lo que llega a internet nunca lo pone el autor de tal libro, sino que lo sube alguien que se tomó el trabajo de digitalizarlo y subirlo a la red y al que hay que agradecerle.
En este sentido, cuál de lo dos es un "trabajador de la luz", como se dice por ahí: ¿el autor del libro y/o curso o quien lo subió a internet? Los dos? Ninguno?
Ahora sí por último, dice el abogado:
Hay que tener presente la historia; a fines de la edad media, cuando la iglesia católica perdía su poder tuvo la brillante idea de "vender parcelas" en el paraíso; le puso, como se debe, un nombre que venda (lo llamaban "Indulgencias" aunque pudo haber sido maignified healing, por decir uno), con lo cual a cambio de un aporte monetario a la institución sacra le garantizaba al fiel un mejor pasar en el más allá. (Esta fue una de las razones que hizo que apareciera la iglesia protestante con Martín Lutero al que esta actividad inmobiliaria de la iglesia católica no le cerraba). Se corre el mismo riesgo en la actualidad? Hay que encontrar un nombre que venda y una buena estrategia de marketing? O hay que reconocer como una actividad comercial a la espiritualidad (que por lo que vemos lo es) y dejarse de hacerse tanta pregunta?
Dice el abogado que tiene un amigo que estudió masajes; en cierta ocasión este novato y entusiasta masajista, le comenta a una mujer: "estuve pensando en poner en la publicidad de masajes 'armonización zen', ¿qué te parece?"
A lo cual la mujer le responde espontáneamente:
"¿Se decidió a entrar en el curro?" Implacables y sabias palabras.

Según el abogado el tema último aquí es un asunto de tiempo y dedicación, un asunto cercano a la cultura fast-food. Cuando no se tiene tiempo para cocinar porque se están haciendo demasiadas cosas y no hay trabajo personal, se pide comida por teléfono o se va a un fast-food y listo, asunto concluido. Entonces, cuando se están haciendo demasiadas cosas en el mundo exterior, si hay hambre de espiritualidad y no hay tiempo para ir al interior, al propio lugar de silencio interno, se hace algún curso o se lee algún librito entre otras diligencias.
Nuestro espíritu tiene en algún sentido un estómago; sólo que en general es más fácil de ignorar que el estómago físico; sin embargo los dos pasarán factura al final del día si no se alimentan; y para alimentarlo hay dos opciones:
Opción uno. Comida que se compra por tel eligiendo entre un acotado menú, con el riesgo de no saber quién la hizo y con qué onda, y en este caso estará bien pagar lo que sea.
Opción dos. disponemos un tiempo para crear el mejor menú que se pueda comer en casa.
En el primer caso sabemos que el alimento es de dudosa factura y hasta nos puede patear el hígado; en el segundo caso nosotros somos los creadores y hacedores del menú.
Es igual para el Espíritu. Le pedimos a otro que nos de la técnica para alimentar un poco a nuestro alma porque hemos decidido que no tenemos tiempo para adentrarnos en nosotros, (hay cosas más prioritarias) y entonces habrá que pagar lo que sea... con el riesgo de que nuestro espíritu no se llene con ese alimento-técnica y vayamos por otro curso, y por otra técnica y por otro...
O también tenemos la opción de equilibrar los tiempos entre el exterior y el interior y así conectar con aquello que a nuestro espíritu le gusta tanto. En este caso, contamos con una "pequeña" ventaja, la ventaja de que quien verderamente cocina el alimento para nuestra alma en nuestro propio silencio, es El Gran Cocinero.

El abogado se calla.

(1)Personaje de tv del ciclo cómico "Cha-cha-chá" que se caracteriza por ser una graciosa parodia de un santo.

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